viernes, noviembre 01, 2013

La vida cuando era nuestra | Marian Izaguirre


Hace frío. Solo es octubre, pero ya parece pleno invierno. He sacado el abrigo por primera vez y, como he visto que el día está nublado y hace viento, he decidido ponerme un pañuelo en la cabeza. Es un viejo pañuelo de seda que a veces llevo también al cuello, con mi chaqueta de Linton Tweeds. Antes me he recogido el pelo en la nuca. Me hubiera gustado tener un poco de brillantina Rosaflor, para que ningún cabello rebelde se saliera de su sitio, pero he tenido que conformarme con pasar la palma de la mano humedecida por la frente y las sienes. ¿Por qué tengo este pelo? Es asombrosamente blanco para mi edad. A veces me miro en el espejo y veo un reflejo amarillento, como de polluelo, que me recuerda el tiempo en el que fui rubia.
Solo tengo cincuenta y un años. Nací con el siglo. No creo que me corresponda tener este pelo tan blanco.
Voy a dar un paseo hasta su tienda. Me gusta caminar. Salir a media tarde, cuando ya estoy cansada de mis cosas, y andar durante un par de horas, sin rumbo fijo, por esta ciudad que crece a la misma velocidad a la que pasan los días. Hay muchas zonas que no conozco, a pesar de que llevo ya trece años en Madrid. Vine con treinta y ocho; qué joven era y qué joven me sentía entonces, parece increíble… La mayor parte de las veces no me alejo demasiado, pero cuando tengo ganas de ver algo completamente distinto, tomo uno de esos autobuses que van a los barrios de la periferia y me subo, dispuesta a emprender un largo viaje, como quien va a otro país, devorando las calles que veo a través de la ventanilla. En los semáforos atisbo los escaparates de las tiendas. Van cambiando a medida que nos alejamos del centro. Sé que estoy muy lejos cuando dejan de verse comercios de ultramarinos o de ropa y empiezan a aparecer los talleres mecánicos.
Creo que fue en una de estas excursiones mías cómo le conocí. Acababa de regresar del otro extremo de la ciudad, ya estaba cansada y me disponía a meterme en casa, sin demasiadas ganas, la verdad, porque aún era junio y los días eran luminosos y largos. Entonces vi a ese hombre. Me gustó que llevara una pila de libros en los brazos. Vestía una chaqueta vieja, con coderas, que parecía tener demasiados años, como mi abrigo de hoy. No llevaba sombrero, pero no era un obrero ni un campesino. Quizá un profesor, pensé entonces. Y antes de que me diera cuenta, le estaba siguiendo, manzana tras manzana, por las calles del distrito de Chamberí.


Esta joyita la leí en verano y me cautivó. Son libros que llegan a ti por casualidad, que desconoces tanto al autor/a y contenido pero que comienzas a leerlo y te dices que va a ser un buen libro. Una historia que versa sobre la amistad, el amor, los contratiempos…
Marian Izaguirre es una escritora cuyo estilo narrativo me ha gustado; la manera que tiene de dosificar la trama y entrelazar las historias ha hecho que sea un placer leer La vida cuando era nuestra.

2 comentarios:

Mónica-serendipia dijo...

Este no se me escapa, tengo muchas ganas de leerlo y todas las reseñas con las que tropiezo lo ponen muy bien. Creo que es el tipo de historia que suele gustarme por su calidez y su marco literario, aunque no he leído nada de la autora. Saludos!!

Mork dijo...

Hola Mónica, es genial y has dado perfectamente con el calificativo, cálido. ;)