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sábado, julio 27, 2019

El vivo | Anna Starobinets



Hanna
Documento n.º 1 (anotación personal del arrendatario)
Septiembre del439 d. N. V. Primer día de la luna menguante

Al principio, el médico que me hizo los análisis no parecía muy preocupado. Solo dijo que la conexión había fallado y que había que repetirlo todo, y que sentía haberme hecho esperar. Se quedó quieto, sin parpadear, y me observó por todos lados; pareció atravesarme con la mirada. Las pupilas se le hacían grandes y pequeñas de manera convulsiva y desacompasada. Después se le estabilizaron, y cerró los ojos, como si no pudiera controlar tres capas. Pero tres capas no son nada para los médicos… Eso quería decir que se hundió más profundamente. ¿Para qué? La consulta apestaba a sudor, y yo trataba de contener la respiración. Tenía los párpados, la frente y las aletas de la nariz húmedos, y le brillaban, y pensé: «A este médico le pasa algo, es él quien falla, la conexión va la mar de bien…».
Cuando volvió a abrir los ojos, su expresión era la misma que si hubiera visto la clave del Hijo del Carnicero o, para ser más exactos, no la clave, sino al Hijo en persona, con su sonrisa cansada del buen trabajador y el hacha ensangrentada y maloliente, como en la serie El asesino inmortal.
—Tengo que repetir el proceso —dijo, y vi que le temblaban las manos.
—¿Otra vez? Esta será la tercera… No contestó. Se limitó a extraerme el sensor del vientre, y a ponerme otro exactamente igual.
Estuvimos un minuto en silencio; yo, en aquel sillón enorme y frío, y él, enfrente de mí. Pensé en que si dentro de mí hubiera alguien de la lista negra, algún maniaco como el Hijo del Carnicero o el Maldito, nunca jamás lo vería, no lo vería ni una sola vez, lo meterían en una celda del reformatorio, le darían de comer tres veces al día y no le dirigirían la palabra, se moriría sin que nadie le hubiera dicho nunca ni una sola palabra, y jamás entendería nada de nada. Pensé en lo hipócrita que era llamar reformatorios a aquellos sitios. Nadie intentaba reformar a nadie jamás. Los metían allí, y punto. Los tenían con la barriga llena y calladitos.


El mundo tal como lo conocemos ya no existe. La gente muere pero vuelve a nacer en otra parte, por lo tanto la población de la Tierra se mantiene fija en tres billones de personas. El Vivo lo decide todo, cuanto vivirás, dónde vivirás, a qué te dedicarás, cuando será tu muerte… Las nuevas tecnologías han anulado al individuo. Las personas apenas tienen relación personal, no existe el contacto, todo se desarrolla de forma virtual. Os suena ¿verdad?

Todo este esquema se va a romper en mil pedazos con la llegada de Cero un individuo sín código que no debería de haber nacido…

Con esta presetación yo ya me estaba frotando las manos por leer este libro pero el desarrollo de la trama es lo que no me ha convencido, para mi modo de ver no es lo suficientemente fluida, hay procesos y esquemas generales que necesitarían de una explicación más amplia para que el lector se haga una mejor idea del ecosistema donde se encuentran los personajes. Una pena la verdad, seguramente que sea un libro que habrá que leer una segunda vez. Pero no desisto y en algún momento leerá algún libro más de Anna Starobinets.