
El calor era insoportable. Aunque el verano no había llegado todavía, el sol, que se había puesto ya hacía varias horas, había dejado la impronta de su sello como un poder pesado y asfixiante del que era imposible sustraerse. Dentro, la angustia era todavía mayor; implacable y letal, parecía haber quedado atrapada en aquel lugar oscuro y silencioso que hubiera desagradado incluso al mismo Set.
Sin embargo, a aquellas tres personas el hecho no parecía importarles demasiado. El más joven, un niño aún, miraba nervioso hacia la angosta salida. Los otros dos, hombres ya, se movía con extremada cautela en la agobiante penunbra del interior de aquella tumba.
Sabedores de que no podrían permanecer demasiado tiempo allí, actuaban con celeridad y concisión propias de quienes estaban habituados a tan tenebrosas prácticas; fruto, sin duda, de sórdidos años de experiencia.
El níño permanecía quieto, observando ensimismado los murales inscritos en las paredes hacía siglos. Siempre le pasaba igual, aqullas imágenes ejercían sobre él un magnetismo inexplicable que le abstraían de todo cuanto le reodeaba y solían producirle extraños sueños que, en ocasiones, le desasosegaban. Los jeroglíficos, repletos de letanías que contenían los uluales ritos mágicos para el eterno descanso del difunto, las escenas de su vida cotidiana, los diosses que le acompañaban a lo largo de los muros, la gran serpiente Apofis; los monos... Sobre todo estos últimos le fascinaban, hasta el punto de que un gran sentiemiento de respeto se apoderaba de él haciéndole avergonzarse por encontrarse allí.
Un día de madrugada miré por una estantería llena de libros que no eran míos y escogí éste. La verdad que el destino no se alió conmigo. Nunca había leído un libro que tuviese la temática de Egipto y el saqueco de sus tumbas y pensé que este era el momento. Craso error, un libro que podría catalogar de estilo betseler-histórico pero que en ningún momento te agarra, como que está a medio cocer. Durante la lectura me di cuenta que estaba perdiendo el tiempo.