El rey estaba de pie en un círculo de luz azul, algo inestable. Era el acto cuarto de
El rey Lear, una noche de invierno en el Elgin Theatre de Toronto. Esa misma noche, un poco antes, tres niñas, versiones infantiles de las hijas de Lear, habían representado un juego de palmas en el escenario mientras la audiencia iba entrando, y en ese momento volvían en forma de alucinaciones en la escena de la locura. El rey trastabilló e intentó atraparlas mientras ellas revoloteaban de acá para allá entre las sombras. El actor que hacía de rey se llamaba Arthur Leander. Tenía cincuenta y un años y llevaba una corona de flores en el pelo.
-¿No me conocéis?- preguntó el actor que hacía el papel de Gloucester.
-Me acuerdo muy bien de tus hojoas -contestó Arthur, distraído por la versión infantil de Cordelia, y entonces fué cuando pasó.
Cuando uno no sabe muy bien que leer la elección del libro de lectura es complicado. En esta ocasión me fié de una reseña: “La mejor novela que leí en 2014. Un libro que recordaré durante mucho tiempo y que volveré a leer”. George R. R. Martin, autor de "Juego de tronos".
En un principio pintaba interesante, una gripe que se lleva por delante a casi toda la humanidad y a partir de ese punto de inflexión una nueva manera de concevir la vida en la tierra. Yo me esperaba una historia apocalíptica, oscura y terrible, pero para mi asombro lo que la autora nos presenta es una historia sosegada y cotidiana. Donde se narran la historia de una serie de supervivientes y sus conexiones.
La verdad es que ha sido un libro que no me ha parecido tan fascinante como a George R. R. Martin, lo que si que hay que reconocerle a Emily St. John Mandel es lo inesperado del planteamiento de este tipo de historias.