Rosa bajó del topo a las siete menos cuarto, como siempre. Era completamente de noche y solo se apearon cuatro viajeros en la estación de Amara, los mismos de cada día. La mañana de diciembre estaba oscura, lluviosa y desapacible. Se abrochó el botón de arriba de la gabardina y apresuró el paso. No tardaba más de diez minutos en llegar a la plaza Gipuzkoa. Si se daba prisa, al acabar en la tienda le daría tiempo a tomarse un café y comprar la tela para el vestido de casera de su nieta antes de ir a casa de las Urdampilleta. ¡Qué pesadas eran aquellas mujeres, Dios bendito! Suerte que en la tienda estaba sola y se bandeaba a su gusto. Rodeó la plaza por los soportales. cuando estaba oscuro no le gustaba cruzar el jardín de los patos. Llegó a la puerta metálica y se agachó para abrirla. Nada más entrar desactivó la alarma y encendió el interruptor general. Entonces la vio. Estaba de costado, en el suelo, entre el probador y los percheros. La cara se le veía a través del espejo, los ojos azules abiertos y fijos, la melena rubia llena de sangre, tendida en las suaves piles de castor; y todos los abrigos del perchero teñidos de rojo oscuro, del color de la sangre que empapaba su pelo.
¡Me encanta leer novela negra escrita por escritoras! No hay detectives destrozados por la bebida o los sucesos acaecidos a lo largo de su vida. No miden metro noventa, son fuertes y atractivos.
Las mujeres se lo toman de otra manera y al final en la mayoría de los casos sus historias son mas entretenidas y diferentes. Una historia fluida, fácil de leer y con personajes normales del día a día. Si quieres leer novela negra diferente éste es un buen libro.