domingo, septiembre 13, 2009
En Busca de Tutankamón | Christian Jacq
George Edward Stanhope Molyneux Herbert, vizconde de Porchester, apodado Porchey por sus escasos íntimos y considerado por los envidiosos como el futuro lord Carnarvon, plantó su puño en el rostro del marino griego que se negaba a obedecer sus órdenes. A bordo de su yate, el Aphorodite, él era el único dueño y no soportaba que nadie se atravesara en su camino, ni siquiera cuando una violenta tempestad sembrara el pánico entre la tripulación.
El griego se levantó aturdido.
-Su cocinero está jodido…, mejor haría usted ocupándose del timón.
-Una crisis de apendicitis no es una condena a muerte. Debiera usted saber, amigo mío, que Afrodita es una diosa del mar; durante la operación, le confío el barco y a su tripulación.
Desdeñando al incrédulo, Porchey bajó a su camarote, donde instaló al enfermo; apreciaba mucho a aquel cocinero brasileño contratado durante su última vuelta al mundo.
El hombre se retorcía de dolor.
En cubierta, la mayoría de los marineros se habían arrodillado y rogaban a Dios. Porchey detestaba ese tipo de manifestaciones, características de una falta de autodominio. Cuando aprendió a navegar por el Mediterráneo, frente a la villa de su padre poseía en Porto Fino, en la Riviera italiana, el vizconde Porchester nunca había apelado al Todopoderoso. O navegaba sólo, o se ahogaba sólo, sin molestar a una asamblea celestial ocupada en tareas más importantes que la asistencia a un navegante en peligro.
Hizo beber al cocinero la mitad de una botella de excelente whisky, luego se sentó al piano y tocó unas Invenciones a dos voces de Johann Sebastian Bach. La mezcla del licor y de aquella serena música tranquilizaría al paciente; si no sobrevivía, partiría con unas últimas sensaciones de calidad. Antes de morir, la madre de Porchey le había exigido que , deacuerdo con la educación recibida en el castillo de Highclere, no viera ni escuchara nada común o vil, Preparándose para abrir el vientre del brasileño, que sin duda tenía uno o dos crímenes sobre su conciencia, el vizconde pidió perdón a los manes de su progenitora.
La verdad es que de este libro esperaba mucho, me parece que el Antiguo Egipto y toda su cultura aportan mucho a la hora de construir una buena historia. Pues con esta lectura me ha pasado algo parecido como con El ladrón de Tumbas . Como que son historias demasiado planas, de antemano ya sabemos lo que va a ocurrir y realmente no nos descubren nada novedoso. Este libro me ha gustado más que el que hemos mencionado antes pero sigue la misma linea. Creo que cada vez me gustan menos este tipo de libros donde realmente no cuentan nada nuevo ni te hacen reflexionar sobre nada.
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2 comentarios:
Pues dejamos Egipto, entonces.
De momento si
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