Reconocería su cabeza en cualquier parte.
Y lo que hay en su interior. También pienso en eso: su mente. Su cerebro, con todos sus recovecos, y sus pensamientos yendo y viniendo por dichos recovecos como rápidos y frenéticos ciempiés. Como un niño, me imagino abriéndole el cráneo, desenrollando su cerebro y examinándolo cuidadosamente, intentando apresar e inmovilizar sus ocurrencias. ¿En qué estás pensando Amy?. La pregunta que más a menudo he repetido durante nuestro matrimonio, si bien nunca en voz alta, nunca a la única persona que habría podido responderla. Supongo que son preguntas que se ciernen como nubes de tormenta sobre todos los matrimonios: ¿Qué estás pensando? ¿Qué es lo que sientes? ¿Quién eres? ¿Qué nos hemos hecho el uno al otro? ¿Qué nos haremos?
Mis ojos se abrieron por completo exactamente a las seis de la mañana. Ni aleteo aviar de las pestañas ni suave parpadeo hacia la conciencia. El despertar fue mecánico. Un espeluznante alzamiento de los párpados propio del muñeco de un ventrílocuo: el mundo está sumido en la negrura y de repente…
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