martes, mayo 17, 2016

Canciones de amor a quemaropa | Nickolas Butler



Lo invitamos a todas nuestras bodas; era famoso. Los tarjetones los enviábamos al rascacielos de su compañía discográfica en Nueva York para que le remitieran esos chabacanos sobres dorados mientras él estaba de gira: Beirut, Helsinki o Tokio. Lugares fuera de nuestro alcance, sitios que no alcanzábamos a imaginar siquiera. ël nos enviaba regalos en maltrechas cajas de cartón festoneadas de sellos extranjeros. De regalo de cumpleaños, elegantes corbatas o un perfume para nuestras mujeres; para nuestros hijos, delicados juguetitos o chucherías: sonajeros de Johannesburgo, muñecas rusas de madera de Moscú o patuquitos de seda de Taipéi. Nos llamaba de vez en cuando por una línea llena de ecos e interferencias que al fondo dejaba oír las risas de un coro de jovencitas, y su voz nunca nos parecía tan alegre como esperábamos.
Llegaban a pasar meses antes de que volviéramos a verlo, y entonces aparecía, barbudo y demacrado, con una mirada cansada en la que relucía un alivio feliz. Lee se alegraba de vernos, eso lo notábamos, se alegraba de volver a estar entre nosotros. Siempre le dábamos tiempo para recuperarse antes de hacer vida juntos, sabíamos que necesitaba tiempo para quedarse bien limpio y recobrar el equilibrio.


No me ha convencido demasiado esta oda a la amistad en un contexto rural. Había momentos que entretenía un poco pero en conjunto la lectura ha sido demasiado blanda, ñoña, sosa y aburrida. Me ha extrañado bastante que esto me haya ocurrido con un libro de la editorial Asteroide.

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