A bordo del trasatlántico que a medianoche debía zarpar
rumbo a Buenos Aires reinaban la habitual acucia y el ir
y venir apresurado de la última hora. Se confundían y se
abrían paso a codazos los allegados que acompañaban a
los viajeros; los mensajeros de telégrafos, con las gorras
terciadas, recorrían los salones como flechas, gritando tal
o cual nombre; se arrastraban baúles y se traían flores;
por las escaleras subían y bajaban niños movidos por la
curiosidad, en tanto que la orquesta tocaba briosamente
la música de acompañamiento de la deck show. Un poco
apartado de ese tumulto, estaba yo conversando con un
conocido sobre el puente de paseo, cuando a nuestro lado
estallaron dos o tres agudos fogonazos de magnesio;
algún personaje destacado había sido entrevistado y
fotografiado, al parecer, instantes antes de la partida. Mi
acompañante miró hacia aquel lado y sonrió:
-Llevan ustedes un tipo raro a bordo, a ese Czentovic.
Debo haber revelado con un gesto harta ignorancia ante
esa noticia, pues mi interlocutor agregó en seguida a
guisa de explicación:
-Mirko Czentovic es el campeón mundial de ajedrez.
Acaba de recorrer Estados Unidos, de este a oeste,
interviniendo en torneos, y ahora se dirige a la
Argentina, en procura de nuevos triunfos.
Partiendo de que el mundo del ajedrez siempre nos ha fascinado, aunque sólo sabemos mover fichas. En esta novela Stefan Zweig utiliza el ajedrez como excusa para exponernos magistralmente los abusos de regimen nazi y esa complicada maquinaria que el ser humano tiene dentro de la cabeza.
Siempre es un placer leer a Stefan Zweig.
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