El hombre de la cicatriz
Estación de ferrocarril de Zafra
Provincia de Badajoz
17 de abril de 1917, a las 9.56
Lo intenta, pero no logra que desaparezcan esos chillidos que se reproducen dentro de su cabeza. Tan agudos, tan estridentes, tan desesperados.
Le atormentan.
El hombre de la cicatriz en el rostro hace todo lo posible para no escucharlos, pero los oye como si fueran parte de su banda sonora vital. Tiene asumido que esos gritos
le van a perseguir hasta el fin de sus días y, a pesar de ello,
lo que le empuja a pensar que le convendría arrojarse a
las vías del tren no es eso. Es tener la certeza de que si ella
se lo pidiera de nuevo, volvería a hacerlo sin dudarlo.
Volvería a matar a sangre fría.
Volvería a desmembrar un cuerpo.
Volvería a alimentar a los marranos con su carne.
Como un animal salvaje enjaulado, el hombre de la
cicatriz en el rostro camina de un lado a otro sin levantar
la mirada de las desgastadas puntas de sus zapatos. Un
mono azul de faena abierto hasta el pecho sobre una camiseta de tirantes que un día fue blanca y una gorra de
obrero estajanovista completan su atuendo. Tanto de su
aspecto como de su complexión física podría decirse que,
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si bien en sus años mozos podía presumir de ser un tipo
apuesto, hoy día no hay mujer en edad de merecer que
se fije en él.