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viernes, agosto 14, 2009
El corazón helado | Almudena Grandes
Las mujeres no llevaban medias. Sus rodillas anchasd, abultadas, pulposas, subrayadas por el elástico de los calcetines, asomaban de vez en cuando bajo el borde de sus vestidos, que no eran vestidos, sino una especie de fundas de tela liviana, sin forma y sin solapas, a las que yo no sabría como llamar. Por eso me fijé en ellas, plantadas como árboles chatos en la descuidada hierba del cementerio, sin medias, sin botas, sin más abrigo que una chaqueta de lana gruesa que mantenían sujeta sobre el pecho con sus brazos cruzados.
Los hombres tampoco llevaban abrigo, pero se habían abrochado las chaquetas, también de punto y gruesas, más oscuras, para esconder las manos en los bolsillos de los pantalones. Se parecían entre sí tanto como las mujeres. Todos tenían la camisa abotonada hasta el cuello, la barba dura, recién afeitada, y el pelo muy corto. Algunos usaban boina, otros no, pero su postura era la misma, las piernas separadas, la cabeza muy tiesa, los pies firmes en el suelo, árboles como ellas, cortos y macizos, capaces de aguantar calamidades, muy viejos y muy fuertes a la vez.
Mi padre también despreciaba el frío, y a los frioleros. Lo recordé en aquel momento, mientras el viento helado de la sierra, un poco de aire habría dicho él, me cortaba la cara con un cuchillo horizontal, afiladísimo. A principios de marzo, el sol sabe engañar, fingirse más maduro, más caliente en las últimas mañanas del invierno, cuando el cielo parece una fotografía de si mismo, un azul tan intenso como si un niño pequeño lo hubiera retocado con un lápiz de cera, el cielo ideal, limpio, profundo, transparente, las montañas al fondo, los picos aún enjoyados de nieve y algunas nubes pálidas deshilachándose muy despacio, para afirmar con indolencia la perfección de un espejismo de la primavera. Qué buen día hace, habría dicho mi padre, pero yo tenía frío, el viento helado me cortaba la cara y la hu8medad del suelo traspasaba la suela de mis botas, la lana de mis calcetines, la frágil barrera de la piel, para congelar los huesos de mis dedos, mis plantas, mis tobillos. Tendríais que haber estado en Rusia, en Polonia, nos decía él cuando eramos pequeños…
Que decir de esta joya de 931 hojas, pues que es una maravilla de libro, que cuenta una historia alucinante y que me encanta como en un principio van apareciendo los personajes, nos hacemos una idea de ellos y a lo largo del relato tenemos que ir cambiando de opinión. De verdad, si tenéis ganas de leer este es el libro perfecto…
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domingo, marzo 22, 2009
Atlas de Geografía Humana | Almudena Grandes
Hace años que mi cara no me sorprende ni siquiera cuando me corto el pelo.Sin embargo, aquella noche, el cepillito embadurnado de pasta negra que sostenía mi mano derecha no llegó a encontrarse con las pestañas tiesas, inmóviles, perfectamente adiestradas, que lo esperaban al borde de unos párpados bien estirados, porque un instante antes de que alcanzara su destinio, me di cuenta de que mis ojos estaban brillando demasiado. Sin levantar los pies del suelo, retrocedí con el cuerpo para obtener una vista de conjunto de toda mi cabeza, y no encontré nada nuevo ni sorprendente en ella a parte de aquel destello turbio, como una capa de barniz impregnado de polvo, que insistía en brillar sobre unas pupilas incomprensiblemente húmedas. Invertí un par de segundos en analizar el fenómeno antes de emprender una recaspitulación de urgencia. Ya no soy una adolescente. Tampoco me había sentido mal en todo el día. No era fiebre, y tampoco exactamente emoción, ¿será la menopausia, me dije, que se ha vuelto loca, igual que el clima…? Una sola lágrima, aislada, terca, absurda, se desprendió de mi ojo derecho y rodó torpemente a lo largo de mi rostro sin lograr conmover al menor de sus músculos. Entonces comprendí que tenía que hacerlo aquella noche. Hacía ya casi dos meses que aquel sobre alargado de papel grueso, compacto, casi una cartulina de color crema, me desafiaba desde el cajón de mi escritorio. Me había acostumbrado a verlo allí, entre las fotos de los niños y las facturas desordenadas, y confiaba en él con una fe intensa como la que un agente desesperado pueda llegar a depositar en su arma final y más secreta, pero entonces me di cuenta de que en el plano desierto de la realidad, donde no existen huecos para esconderse, no iba a servirme de nada. Tiene que ser esta noche, me repetí, esta noche, esta noche. El nombre del destinatario era breve, como su dirección completa, cuatro líneas en total, una mancha cuadrada de tinta azul perfectamente centrada sobre un rectángulo del color más inocente, y detrás, sólo mi nombre de pila, cuatro letras añadidas al final, la solapa soldada al resto con mi propia saliva y esa gota de sabor ácido que explotó de repente, con retraso, en la punta de mi lengua, cuando aquella lágrima tonta e incómoda acertó a alcanzar la grieta de mis labios. Tiene que ser esta noche. En ese preciso momento, Clara empezó a aporrear la puerta.
La verdad que tenía ganas de volver a leer a esta autora, con el libro de "Aires Difíciles", me dejó muy buen sabor de boca. Lo que ha ocurrido con éste no ha sido lo mismo ni parecido. Hay momentos en que realmente te entretine como muy bien sabe hacer Almu pero también hay muchas ocasiones en que resulta demasiado pesado. Los que hemos leído y escuchado a Almudena sabemos de su manera de escribir, que si ahora te cuento el presente que si ahora salto al pasado de este personaje que si vuelvo al principio que si ahora para el pasado del otro… pues en este libro ocurre lo mismo pero con cuatro mujeres a las que le da la misma importancia y como que al final como que con 440 páginas no es suficiente para desarrollarlo todo. La propia autora dice en alguna entrevista que con los libros pares no tiene mucha suerte, yo no se si creerla pero "Atlas de Geografía Humana" es el cuarto…
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