La vida consiste en tomar decisiones y mi relación con David Millar ha influido en algunas de las decisiones más difíciles e importantes de mi vida. Si miro atrás, veo que su experiencia también ha sido fundamental para avivar mi ardiente fe en el deporte limpio. Nuestros caminos se cruzaron por primera vez en el año 2002, en el Campeonato Mundial de Ciclismo en Ruta de Bélgica. Yo trabajaba de director técnico del equipo británico, del que formaba parte. Desde el principio fue evidente que era distinto a todos los ciclistas que había conocido hasta aquel momento. Tenía mucho talento y era ambicioso y extrovertido: Dave era un pura sangre. Era inteligente y tenaz, pero también muy vulnerable. Yo no suelo mezclar lo personal con lo profesional, pero congeniamos de inmediato y es uno de los pocos ciclistas de los que también soy amigo íntimo. Dave ya sentía una clara frustración con la mentalidad anticuada del ciclismo europeo. Hablamos de trabajar juntos, de desarrollar nuevas formas de entender la competición y el equipamiento y de llevar esas ideas a Europa. Yo sabía que con el entorno adecuado Dave podía hacer grandes cosas. De todas formas, ahora miro atrás y veo que había preocupaciones más acuciantes. Dave tenía algo de chaval alocado que disfrutaba de la vida al máximo sin el tipo de guía que necesitaba en ese momento. Sé que albergaba dudas sobre el equipo al que pertenecía, que estaba sometido a mucha presión, que algunos aspectos de su estilo de vida eran muy intensos, pero no sabía hasta dónde había llegado ese estilo de vida intenso o que había otra faceta de su vida que no podía compartir.
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martes, septiembre 09, 2014
Pedaleando en la oscuridad | David Millar
La vida consiste en tomar decisiones y mi relación con David Millar ha influido en algunas de las decisiones más difíciles e importantes de mi vida. Si miro atrás, veo que su experiencia también ha sido fundamental para avivar mi ardiente fe en el deporte limpio. Nuestros caminos se cruzaron por primera vez en el año 2002, en el Campeonato Mundial de Ciclismo en Ruta de Bélgica. Yo trabajaba de director técnico del equipo británico, del que formaba parte. Desde el principio fue evidente que era distinto a todos los ciclistas que había conocido hasta aquel momento. Tenía mucho talento y era ambicioso y extrovertido: Dave era un pura sangre. Era inteligente y tenaz, pero también muy vulnerable. Yo no suelo mezclar lo personal con lo profesional, pero congeniamos de inmediato y es uno de los pocos ciclistas de los que también soy amigo íntimo. Dave ya sentía una clara frustración con la mentalidad anticuada del ciclismo europeo. Hablamos de trabajar juntos, de desarrollar nuevas formas de entender la competición y el equipamiento y de llevar esas ideas a Europa. Yo sabía que con el entorno adecuado Dave podía hacer grandes cosas. De todas formas, ahora miro atrás y veo que había preocupaciones más acuciantes. Dave tenía algo de chaval alocado que disfrutaba de la vida al máximo sin el tipo de guía que necesitaba en ese momento. Sé que albergaba dudas sobre el equipo al que pertenecía, que estaba sometido a mucha presión, que algunos aspectos de su estilo de vida eran muy intensos, pero no sabía hasta dónde había llegado ese estilo de vida intenso o que había otra faceta de su vida que no podía compartir.
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David Millar,
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