El teléfono sonó una, dos, tres veces. ¿Alguien pude coger ese teléfono?, gritó Hugo desde algún rincón de la casa; pero el teléfono sonó otra vez, y luego se hizo el silencio, y después volvió a sonar de nuevo. Hugo entró en el despacho con pasos precipitados, farfullando una palabrota, y descolgó a la mitad de un nuevo timbrazo. Si, diga, dijo mientras el auricular viajaba todavía hacia su oreja, en un tono apremiante, descortés, mezclando en su irritación al anónimo llamador y a quien le había obligado, con su pasividad, o tal vez con su ausencia, a atender la llamada. Pero la agitación de ese primer momento le siguió un instante de total silencio, de expectante quietud. Durante unos segundos, Hugo permaneció mudo, con la mirada fija, con el ceño fruncido. ¿Cómo?… No… no sé…, pronunció por fin, dubitativo, con largas pausas entre palabra y palabra. No sé… la verdad… así, de golpe… Las palabras se arrastraban prudentes, desconfiadas, mientras su mano apretaba ávidamente el auricular.
Era un libro que tenía muchas ganas de leer y por fin lo he hecho. Me encanta que este autor con este libro, en su momento, se haya convertido en uno de los autores revelación. Es un libro que se lee muy fácil y David Monteagudo es un genio porque con muy pocos artificios consigue inquietarte durante todo el relato y atraparte. Si hay que decir algo menos positivo igual es ese final abierto. Pero la verdad es que cualquier final cerrado seguramente que hubiese decepcionado porque es muy difícil o casi imposible encontrar un por qué?.