Que todos los padres del mundo, a punto de
abandonarnos, sepan el gran peligro que corremos
sin ellos.
Nos enseñaron a caminar, y ya no caminaremos.
Nos enseñaron a hablar, ya ya no hablaremos.
Nos enseñaron a vivir, ya ya no viviremos.
Nos enseñaron a convertirnos en Hombres, y ya ni
siquiera seremos Hombres. Ya no seremos nada.
Sobre la colina donde se encontraban, las colillas teñían de rojo la oscuridad: habían adoptado la costumbre de venir a fumar allí a primera hora de la mañana. Fumaban para hacerse compañía, fumaban para no desesperar, fumaban para no olvidar que eran Hombres.
Gordo, el obeso, olisqueaba entre matorrales imitando a un perro vagabundo, ladrando para ahuyentar a los ratones de campo entre la hierba húmeda, y Palo se enfadaba con el falso perro.
-¡Para, Gordo! ¡Hoy hay que estar triste!
Gordo se detuvo tras tres reprimendas y, enfurruñado como un niño, dio la vuelta al semicírculo que formaba la decena de siluetas y se fue a sentar al lado de los taciturnos, entre Rana, el depresivo, y Ciruelo, el tartamudo infeliz, secretamente enamorado de las palabras.
-¿En qué piensas, Palo?- preguntó Gordo.
Este libro es la primera novela de Joël Dicker antes de convertirse en un autor superventas. Me esperaba un libro de relleno aprovechando el tirón del éxito de su segundo libro, craso error. Dicker tiene una capacidad increíble para contar historias geniales con unos personajes maravillosos y llenos de matices. Una novela superrecomendables.