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domingo, abril 05, 2015
A ciegas | Josh Malerman
Malorie, pensativa, de pie en la cocina.
Tiene las manos húmedas. Está temblando. Nervisosa, tamborilea con el dedo gordo del pie en la baldosa rota. Es temprano; probablemente el sol apenas asoma por el horizonte. Contempla cómo la tímida luz suaviza la tonalidad oscura de las densas cortinas, y piensa,
Eso ha sido bruma.
Los niños duermen en el salón bajo la malla de gallinero cubierta por tela negra. Tal vez la oyeron hace unos instantes cuando estaba de rodillas en el jardín. El ruido que hizo debió transmitirse a través de los micrófonos, de camino a los altavoces situados junto a sus camas.
Se mira las manos y repara en el brillo sutil que es el reflejo de la luz de las velas. Sí, están húmedas. Es la capa que ha impreso el rocío de la mañana.
En la cocina, Malorie respira hondo antes de apagar la vela de un soplido. Mira en torno de la habitación, consciente de la herrumbre de los cacharros y los platos desconchados. La caja de cartón que hace las veces de basurero. Las sillas, que aguantan cogidas por alambre. Las paredes mugrientas. La tierra en los pies y las manos sucias de los niños. También las manchas más antiguas. La descolorida parte inferior de las paredes del salón, púrpura oscuro que ha ido transformándose en marrón con el paso del tiempo. Eso es sangre. La moqueta del comedor también está descolorida, por mucho que Malorie se empeñe en frotar.
Cuando empiezas a leer este libro el planteamiento del autor te parece sorprendente, pero desde las primeras páginas ya te estás planteando que el final tiene que tener un desenlace genial, porque sino, todo se quedará en agua de borrajas. Bueno, pues Josh Malerman ha tenido la feliz idea de escribir una historia de terror y no explicar el porqué de todo.
En muchas ocasiones las atmósferas de este relato me han recordado a el libro Ensayo sobre la ceguera, salvando las distancias, porque no se nos ocurre comparar a Josh con el superdotado Saramago.
Etiquetas:
Josh Malerman,
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