Tardamos en darnos cuenta. Ni siquiera lo notamos.
Al principio no reparamos en aquel tiempo de más que abombaba la suave arista de los días como un tumor creciendo debajo de la piel.
Estábamos distraídos con el clima y la guerra. No nos interesaba la rotación de la guerra. Seguían estallando bombas en las calles de países lejanos. Los huracanes llegaban y pasaban de largo. El verano concluía. Empezaba un nuevo curso. Los relojes funcionaban como siempre. El rosario de segundos se transformaba en minutos. Los minutos se convertían en horas. Y nada hacía pensar que las horas no siguieran acumulándose en días exactamente iguales, con la misma duración conocida por todos.
Pero después hubo quien aseguró haber reparado antes que los demás en la catástrofe. Los que trabajaban de noche, los que tenían el último turno, los reponedores, los estibadores, los camioneros, o bien los que soportan otro tipo de cargas: los insomnes, los angustiados y los enfermos. Personas acostumbradas a esperar toda la noche. Con los ojos enrojecidos, unos cuantos repararon en cierta persistencia de la oscuridad por las mañanas antes de que se supiera la noticia, pero todos lo confundieron con la percepción equivocada de una imaginación solitaria y angustiada.
Me acerqué a este libro sin saber muy bien de que trataba, para nada creo que sea una novela que haya revolucionado el panorama editorial internacional. Pero lo que si tengo que decir es que el argumento me ha llamado mucho la atención. Todos estamos acostumbrados a una serie de reglas y pensamos que como siempre los acontecimientos se han desarrollado de una manera determinada no tienen porque cambiar. Y qué ocurriría si los días no durasen 24 horas y se rompiese ese reparto de 12 horas de luz y doce horas de noche que es lo que nosotros entendemos por un día?
Una historia sencilla y entretenida que se lee de una manera fácil y de una sentada que hará que reflexiones sobre el orden estipulado.