Le estreché la mano por primera vez en la primavera de 1967. Por entonces yo era un estudiante de segundo curso en Columbia, un muchacho sin formar con ansia de libros y la creencia (o ilusión) de que algún día tendría las suficientes cualidades para considerarme poeta, y como leía poemas, ya conocía a su tocayo del infierno de Dante, un muerto que iba arrastrando los pies por los últimos versos del canto veintiocho del Inferno. Bertran de Born, el poeta provenzal del siglo XII, que llevaba cogida del pelo su cabeza cortada, haciéndola oscilar de un lado a otro como un farol: sin duda una de las imágenes más grotescas de ese extenso catálogo de alucinaciones y tormentos. Dante era un defensor incondicional de los escritos de De Born, pero lo redujo a la condenación eterna por haber aconsejado al príncipe Enrique que se rebelara contra su padre, el rey Enrique II, y como el poeta originó la división entre padre e hijo convirtiéndolos en enemigos, el ingenioso castigo de Dante fue dividirlo a él mismo. De ahí el cuerpo decapitado que va gimiendo por el inframundo, preguntando al viejo florentino si puede haber un dolor más terrible que el suyo.
Me ha sorprendido gratamente el último libro de Paul Auster, me esperaba un relato que no me iba a llegar como me ocurrió en sus últimos 2 libros. Con esto recobro la esperanza de que Auster vuelva a se el antiguo Auster, el de Leviatán, El libro de la ilusiones, Tombuctú, El palacio de la luna… este libro no alcanza los anteriores que he nombrado pero la historia si que me ha parecido entretenida, interesante, ambigua incluso en la mayoría del relato había algo que me obligaba a leer y leer, tipo bestseller. Creo que a la historia le sobrán las últimas 20 páginas, no me dicen demasiado, constatan hechos que a mi jucio no hacen falta porque a lo largo de todo el relato se aclaran menos uno, que creo que no hace ni falta. El final es inquietante, realmente el personaje nos miente en su totalidad, en parte? o no está mintiendo. Yo me quedo con lo último.