La iglesia anglicana de Christchurch, Nueva Zelanda, busca mujeres jóvenes y respetables, versadas en las tareas domésticas y la educación infantil, que estén interesadas en contraer matrimonio cristiano con miembros de buena reputación y posición acomodada de nuestra comunidad.
La mirada de Helen se detuvo brevemente en el discreto anuncio de la última página de la hoja parroquial. La maestra había hojeado unos momentos el cuadernillo mientras sus alumnos se ocupaban en silencio de resolver un ejercicio de gramática. Helen hubiera preferido leer un libro, pero las constantes preguntas de William interrumpían incesantemente su concentración. También en ese momento volvió a levantarse de los deberes la pelambrera castaña del niño de once años.
-Miss Davenport, en el tercer párrafo es "qué" o "que".
Helen dejó a un lado su lectura con un suspiro y por enésima vez en esa semana explicó al jovencito la diferencia entre el pronombre relativo y la conjunción. William, el hijo menor de Robert Greenwood, quien la había contratado, era un niño encantador, pero no precisamente de grandes dotes intelectuales. Necesitaba de ayuda en todas las tareas, olvidaba las explicaciones de Helen más rápido de lo que ella tardaba en dárselas y solo sabía adoptar una conmovedora apariencia de desamparo y engatusar a los adlutos con su vocecilla dulce e infantil de soprano.
Cuando te enfrentas a un libro de lectura de 747 páginas te asustas un poco porque como sea un clavo vas a tardar en terminarlo. Pero con
En el país de la nube blanca para nada nos ha ocurrido eso. Es una lectura de una saga familiar sobre la colonización de Nueva Zelanda, que nosotros calificamos de puro y duro buen entretenimiento. Muy recomendable para estas fechas veraniegas. Este libro te cautiva desde las primeras páginas donde te encontrarás una historia de amor, odio, confianza, enemistad… donde el destino de dos familias está unido para siempre.
En breve leeremos el segundo tomo porque ya tenemos ganas de saber que ocurrirá con todos los personajes.