Pocas semanas después de haber cumplido yo quince años, un amigo de mis padres, un tal señor Gordon, me preguntó, en voz queda y sin rodeos, si me gustaría tener una aventura con él. Me hizo esta pregunta una tarde soleada, en la que estabamos los dos sentados en el borde de la piscina de la casa de mis padres, chapoteando los pies en el agua y conversando. La selora Gordon y mi madre se hallaban a escaso metros de nosotros; tomaban el sol y charlaban. Era de agradecer que el señor Gordon hablara tan bajo. Sólo yo podía oirle. Yo sabía, desde luego, que estaba en mis manos hacer caso omiso de su pregunta y tomarla como una más de sus bromas. Pero también sabía que si dejaba que mimadre y la señora Gordon se enteraran de lo que él acababa de decir, aquel hombre lo iba a pasar muy mal.
Le contesté que sí, un sí pronunciado con una voz tan queda y tan sin rodeos como su pregunta. siguió una pausa, tanto en nuestra conversación como en el chapoteo de nuestros pies en el agua, durante la cual nos quedamos mirándonos. Reparé en que el señor Grodon estaba recién y muy pulcramente afeitado. Me complació imaginar que tal vez lo había hecho para mí.
-Muy bien -contestó.
-Muy bien -respondí yo.
-Muy bien, Marcy -declaró-, me pondré en contacto contigo.
Cuando pienso en aquel día y en aquellos escasos minutes que duró nuestra conversación junto a la piscina me pregunto si comprendí…
Todos tenemos algún secreto que guardamos celosamente a lo largo de nuestra vida. A veces podemos pensar que las cosas que no se cuentan a nadie sólo nos afectan a nosotros mismos, pero ¿es así en realidad?
Una hermosa historia creada por David Huddle que desde aquí os recomendamos sin ninguna duda.
