jueves, noviembre 27, 2008

La noche del oráculo


Había estado mucho tiempo enfermo. Cuando llegó el día de salir del hospital, apenas sabía andar, casi no recordaba ni quién era. Haga un esfuerzo, me dijo el médico, y en tres o cuatro meses volverá a habituarse a las cosas. No le creí, pero de todos modos seguí su consejo. Me habían deshauciado, y ahora que había desbaratado sus predicciones y seguía misteriosamente con vida, ¿que otra cosa podía hacer sino vivir como si tuviera todo un futuro por delante?
Empecé dando pequeños paseos, nada más que una o dos manzanas y luego vuelta a casa. Sólo tenía treinta y cuatro años, pero a todos los efectos la enfermedad me había convertido en un anciano: uno de esos viejales temblorosos que van arrastrando los pies y no pueden poner uno delante del otro sin mirar cuál es cuál. Incluso la lentitud con que me movía entonces, andar me producía una extraña y volátil sensación de ligereza, un barullo de señales confusas y fallidas conexiones mentales. El mundo empezaba a girar y dar tumbos ante mis ojos, desplazándose como una imagen en un espejo ondulado, y siempre que intentaba centrar la mirada en una sola cosa, aislar un objeto de la vertiginosa avalancha de colores - un pañuelo azul anudado a la cabeza de una mujer, digamos, o la luz roja en la parte trasera de una furgoneta-, éste empezaba inmediatamente a descomponerse, a esfumarse, a desaparecer como una gota de tinta en un vaso de agua. Todo temblaba y se estremecía, se disgregaba en todas direcciones, y durante las primeras semanas me costaba trabajo averiguar dónde acababa mi cuerpo y empezaba el resto del mundo.

Como el último libro de Paul Auster, "Hombre en la oscuridad", no me dejó muy buen sabor he tenído que volver a los antiguos donde realmente nos encontramos a Paul en estado puro. Un libro muy recomendable. + Paul Auster .

1 comentario:

Anónimo dijo...

Good.....thanks bro