Baumgartner está sentado a su escritorio de la habitación de la planta alta, que, según los casos, denomina estudio, cogitorium o madriguera. Pluma en mano, va por la mitad de una frase del tercer capítulo de su monografía sobre los seudónimos de Kierkegaard cuando se da cuenta de que el libro donde viene la cita que le hace falta para acabarla está abajo, en el salón, donde lo dejó anoche antes de acostarse. Mientras baja a buscar el libro, se acuerda también de que ha prometido llamar a su hermana esta mañana, a las diez, y como ya es casi la hora decide ir a la cocina y hacer la llamada antes de recoger el libro del salón. Al entrar en la cocina, sin embargo, un olor acre y penetrante lo detiene bruscamente. Se está quemando algo, piensa, y mientras se dirige hacia el fogón, ve que se ha quedado encendido uno de los hornillos delanteros y que una llama persistente está corroyendo el fondo del cacillo de aluminio que ha utilizado tres horas antes para hacerse los dos huevos pasados por agua del desayuno. Apaga el hornillo y entonces, sin pensarlo dos veces, es decir, sin molestarse en buscar una manopla o un paño de cocina, retira del fogón el humeante y destrozado cacillo de hervir los huevos y se quema la mano. Baumgartner da un grito de dolor. Una fracción de segundo después suelta el recipiente, que cae al suelo con brusco y metálico estruendo, y luego, sin dejar de aullar de dolor, se precipita al fregadero, abre el agua fría, pone la mano derecha debajo del grifo y la mantiene allí durante los tres o cuatro minutos siguientes mientras el gélido chorro le baña la piel.
Siempre nos quedarán sus libros y sus entrevistas pero cuando uno de tus autores favoritos se esfuma es una putada, es ley de vida pero siempre prefieres que se vayan más tarde que pronto. Y por curiosidad teníamos que leer su último libro, de antemano ya sabíamos que no iba a ser su mejor libro ni uno de los mejores, pero para despedirnos de Paul Auster hemos leído Baumgartner. Y nos hemos llevado una pequeña sorpresa porque en sus primeras páginas nos cautivó como hizo hace 30 años cuando empezamos a leer sus mejores libros. A la mitad de la lectura si que ese embrujo se desvanece pero ¿quién es el mejor las 24 horas del día?…
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