La línea curva y los dos puntos aprehendidos son en realidad una estructura de planos suaves y sombra proyectada que se funde con otras formas, y aunque se analicen con detenimiento no puede precisarse dónde acaban unas y empiezan las demás: una nariz no es la nariz en la que piensa al escuchar la palabra que la nombra.
Pintando aprendí a mirar, entendí que la realidad es mucho más compleja de lo que parece, la pintura me ayudó a resolver lo que no se puede decir con palabras y es en la mancha donde consigo entender algo. Observo en ella la urgencia, la duda, la calma o la furia de aquel o aquella que la ha trazado. Analizo si hay control en la técnica o si aquello es cosa de una mano torpe que todavía ensaya el gesto. Advierto si quien mancha es complaciente consigo mismo y con el mercado o si es un suicida. Tiemblo con la belleza de un arrastrado o de una veladura magnífica, me olvido de que estoy viva, siento el placer que se siente al introducir el cuerpo frío en una bañera de agua templada. O el que llega sigiloso cuando el otro coloca las manos sobre tus nalgas y las acaricia y las aprieta con deseo. el vapor del agua y la carne tibia. El aceite de la pintura y el fluido que empieza a deslizarse por la cara interior del muslo. El trago de vino y la inhalación del aceite de lino purificado. La tela tensada y la sábana con mancha.
Un libro incómodo que en ningún momento conecté con él. Me encanta el trabajo plástico de Paula Bonet pero como novelista no ha llegado a convencerme. Los únicos párrafos que me llegaban eran los que versaban sobre la técnica pictórica.